Por Mauricio Alfaro, CEO Garabato/MullenLowe
A muchos, o casi todos, nos tocó adaptarnos a este nuevo contexto social, donde la salita, estar, escritorio y a veces cocina hoy es nuestro escenario de trabajo, nuestro nuevo campo de batalla para afrontar la carga laboral.
Estas semanas que han pasado, nos han hecho entender que estar en casa no significa “estoy de vacaciones”. No significa “ahora me relajo”, al contrario, nos ha hecho entrar en una disciplina tal que los horarios de trabajo y de descanso se respetan igual o más o que en la oficina. Porque conscientes o no, nos fue necesario ordenarnos para que las horas, minutos y segundos pasen a un buen ritmo y podamos sacar provecho del día para que el mismo no fuese uno desperdiciado.
Es reconfortante leer de mis clientes, “espera le hago dormir a mi beba y me conecto para que hablemos”
A raíz de este nuevo contexto, empezaron a aflorar las reuniones digitales, las llamadas, los Skypes, los Zooms, los Hangouts, u otra plataforma para vernos y escucharnos, y poder estar al día con los pendientes. Tanto así, que hasta uno se pone a pensar, si antes esa reunión podría haber sido una call, ahora esa call podría haber sido un mail. Pero más allá de eso, es increíble notar el lado humano que se hace evidenciar, que es imposible de esconder o atajar. En esas llamadas, se escuchan los ruidos, la vida misma del hogar, los llantos, las risas, la idiosincrasia en sí detrás del traje, detrás del uniforme o de lo que fuese que uno usase en sus días laborales.
Y esto nos ha hecho entrar a un nivel emocional que nos acerca mucho más al otro, donde todos estamos en la misma, donde en una video llamada, de la nada se te cuelga un hijo al cuello porque quiere jugar, y no entiende que papá o mama está en una reunión con el directorio. O entra un familiar impertinente, con poca ropa, buscando algo de la sala. O una mascota que te ladra, te lame, te salta porque quiere estar con vos, y a tu jefe tenés que pedirle un minuto porque tenés que abrirle la puerta. O tu mamá que te pega un grito porque dejaste la toalla tirada en el piso (“¡Colga na la toalla por favor, mi hijoooo!”) y miles de otras anécdotas de esta índole.
Y son estas pequeñas cosas las que nos están haciendo más gente, más personas, más considerados el uno del otro. Nos han hecho perder esa insensibilidad profesional que tanto se pregona, y nos ha obligado a conocernos pantalla a pantalla.
Es reconfortante leer de mis clientes, “espera le hago dormir a mi beba y me conecto para que hablemos”. ¡Pero claro, cuando puedas, tranquilo, que descanse! Qué gran cosa poder conocernos a ese nivel, y generar una empatía real. Esa empatía que tanto falta en nuestro mundo.
“Estar en casa nos ha hecho entrar en una disciplina tal que los horarios de trabajo y de descanso se respetan igual o más o que en la oficina”
Si algo voy a rescatar de todo ésto es que el home office nos ha conectado como personas a nuevos niveles personales, con vulnerabilidades, quitando un poquito esa máscara de “tengo todo bajo control”. Porque al final del día no lo tenemos. Así que, sigamos con los niños al cuello, con la mascota en la falda, sigamos con “aguantame un ratito que tengo que atenderle a mi mamá”. Porque en esta vida, si no nos tenemos los unos a los otros, no tenemos nada más que nuestras propias inquietudes. Y qué vida solitaria y fría nos depara el futuro si no nos podemos entender mejor entre nosotros.